2/9/19

Reseña de 'Las chicas del radio'



Tal día como hoy, en 2011, se inauguraba en Ottawa, Illinois, la estatua de bronce de una mujer de unos veinte años, con un pincel en una mano y un tulipán en la otra. Con ella, se homenajeaba  a un grupo de jóvenes a las que todos debemos mucho hoy en día, a pesar de que pocos saben quiénes fueron. Por eso, hoy os traigo la reseña de un libro de Kate Moore, publicado en español por la editorial Capitan Swing, en el que se recoge la historia de aquellas mujeres que vieron cómo su vida perfecta se transformaba en una terrible pesadilla, a pesar de la que lucharon para conseguir un mundo más justo que por desgracia ellas no pudieron disfrutar, pero sí todos los que llegamos después.  Hoy os hablo sobre Las chicas del radio.

La fiebre del radio

Después de que en 1898 el matrimonio compuesto por Marie y Pierre Curie publicara el descubrimiento del radio, aquel nuevo elemento de propiedades asombrosas se convirtió en toda una panacea, a la que industrias de todo tipo quisieron sacar partido.

Desde pastas de dientes hasta maquillaje, pasando por medicamentos, cremas e incluso chocolate. Todo valía. El matrimonio de químicos había mostrado que aquella brillante sustancia era capaz incluso de fulminar las células tumorales. ¡Era todo un milagro!

Las nuevas aplicaciones seguían surgiendo sin cesar, extendiéndose por todo el mundo y en todas direcciones. Entre ellas, cobró una gran relevancia la pintura de esferas de reloj, cuyos números brillaban en la oscuridad. Eran muy codiciados por todo tipo de público, pero especialmente por soldados, quienes gracias a ello podían ser conscientes de la hora en cualquier momento, incluso si se encontraban en una habitación oscura o en mitad del campo de batalla en una noche cerrada.
La mayoría de estos complementos procedían de dos fábricas ubicadas en Estados Unidos, una en Ottawa (Illinois) y otra en Orange (New Jersey). Las empresas detrás de las factorías contaban con un gran número de trabajadores, la mayoría de ellos hombres, pero había una tarea dedicada exclusivamente a mujeres: pintar los números con radio.

Se consideraba que las operarias femeninas tenían más destreza para este trabajo. Además, sus manos pequeñas les permitían hacerlo con mucha más precisión. Por eso, poco a poco fueron contratándose nuevas empleadas, la mayoría de ellas cortadas con un mismo patrón: mujeres jóvenes, independientes, con ganas de comerse el mundo y crecer en un trabajo diferente al de la mayoría de chicas de su edad.

Y aquí empieza el libro.

'Las chicas del radio' ha sido una grata compañía para las tardes de café (o infusión en mi caso) y libro


Del sueño a la pesadilla


Kate Moore plasmó la historia de las chicas del radio después de dirigir en Londres una obra de teatro sobre ellas. Por ese motivo el libro empieza de un modo similar a como lo haría una obra teatral,  con una lista de todos los personajes que irán apareciendo en ella.

En realidad es información de gran utilidad, pues entre sus páginas se encuentran los nombres de decenas de mujeres, así como médicos, investigadores y empresarios.

A continuación, comienza la historia, con un inicio muy feliz. A su llegada a la fábrica, las chicas del radio debían aprender cómo pintar las esferas. El requisito principal era hacerlo con precisión, por lo que se les enseñó a mojar el pincel con los labios para afinar la punta, de modo que se consiguieran trazos mucho más finos.

Algunas mostraron ciertas reticencias, pero los científicos que trabajaban en la empresa las tranquilizaban, asegurando que el radio no suponía ningún peligro. Este mensaje calmó inmediatamente sus nervios, hasta el punto de que no solo dejaron de temer introducir la pintura radiactiva en su boca, sino que a menudo se la esparcían por la ropa y el pelo, o incluso se pintaban las uñas con ella, con el fin de conseguir ese brillo especial, que les permitía deslumbrar en las fiestas a las que acudían después del trabajo. Su empleo estaba muy bien pagado, por lo que podían permitirse este tipo de entretenimientos, además de comprar muchos caprichos que hubiesen sido inalcanzables para ellas si se hubiesen dedicado a otra labor.

Todo era maravilloso, hasta que algunas de ellas comenzaron a enfermar. La mayoría empezaban con lo que parecía una terrible infección en la boca, que hacía necesario extraerles prácticamente todos los dientes. A pesar de todo, las heridas no terminaban de recuperarse y el dolor y esa sensación de podredumbre seguían esparciéndose por todo el cuerpo. Lo que viene después, es historia.

En el libro se entrelazan las historias de muchas de aquellas mujeres, gracias a un gran trabajo de investigación, basado en declaraciones de ellas y algunos de sus familiares, tanto en medios de comunicación como en los juicios que se celebraron después. Cada caso es diferente, pero todos coinciden en lo mismo: una vida maravillosa que se trunca por culpa de una prematura enfermedad cuando las chicas se encontraban aún en la flor de la vida.

Se describe a la perfección lo felices que fueron y lo mucho que sufrieron después, pero sobre todo cómo fue naciendo un movimiento de protesta sin precedentes. Y es que varias de aquellas mujeres, apoyadas por algunos de los médicos y científicos que las atendieron, decidieron iniciar una batalla judicial en la que tenían todas las de perder. Eran mujeres y jóvenes en un mundo de hombres de negocios, que sabían muy bien cómo cubrirse las espaldas. Sin embargo, su lucha culminó con varias victorias. Primero, que se reconociera la necrosis por radio como enfermedad con derecho a indemnización. Después, que se revisaran las condiciones laborales de todos los trabajadores. Gracias a ellas las empresas están obligadas a informar a sus trabajadores si utilizan productos peligrosos y también a aportar información sobre los resultados de las pruebas médicas que les practican. La figura del operario ganó una gran protección gracias a aquellas jóvenes. Pero, sobre todo, se dieron a conocer los peligros de ese nuevo elemento, que para entonces ya había comenzado a hacer estragos también en la salud de sus dos descubridores.

Las chicas del radio es un canto a la lucha y el inconformismo y un homenaje a la memoria de aquellas mujeres. Es un libro que puede resultar interesante a científicos e historiadores, pero también al público en general, ya que no se utilizan tecnicismos complicados sobre ninguna de las dos materias. Además, es una obra muy interesante en estos tiempos que corren, en los que por fin se empieza a dar importancia a las historias de mujeres olvidadas.

Si hubiese que buscar un ‘pero’, el único inconveniente que podría tener el libro es que, en algunas partes del principio, la trama puede hacerse algo pesada, pues lamentablemente fueron muchos los casos de mujeres afectadas y sus historias, parecidas entre sí, llegan a hacerse largas. Por el contrario, los capítulos finales cuentan con una lectura mucho más ligera, al  desgranar los detalles sobre la victoria judicial de las protagonistas.

En definitiva, la estatua de Ottawa fue un gran homenaje a Katherine, Grace, Ella, Hazel, Irene y todas y cada una de aquellas luchadoras. Pero este libro lo es aún más, pues pone al alcance de nuestra mano toda una historia que mejoró la situación de trabajadores de todo el mundo y salvó millones de vidas. Ya que algo tan importante no sale en nuestros libros de historia, es un placer tener otra forma de aprenderlo.

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