28/12/18

Cuentacuentos y divulgación: el viaje de Pinky



Hace unas semanas, unos amigos me preguntaron si me apetecía participar en un cuentacuentos de Navidad que querían organizar en su tienda durante estos días. En un principio me lo pensé, por aquello de mi recelillo a hablar en público, pero al final me vine arriba, me salieron la divulgadora y la profe que llevo dentro y me puse a escribir mi propio cuento para la ocasión.

Se trata de un cuento con datos curiosos sobre algunos animales, escrito con el objetivo de que los niños aprendan un poquito sobre ellos, a la vez que escuchan la historia. Me hacía ilusión escribir algo de divulgación científica para niños y me pareció que esta era la ocasión perfecta para hacerlo. Os lo dejo, a ver qué os parece.

El viaje de Pinky
Os presento al Pinky que me ha acompañado a leer el cuento

Desde que nació, Pinky siempre fue un pingüino muy terco. Cada Navidad pedía a sus padres que lo dejaran viajar al Polo Norte, para conocer a Papá Noel, pero la respuesta siempre era la misma:

-Los pingüinos no podemos ir al Polo Norte, Pinky, no es nuestro sitio.

Después siempre iba la misma cantinela. Que si los pingüinos solo viven en el hemisferio sur y los osos polares en el norte, que si no podemos volar, que si es imposible llegar tan lejos nadando, que si no nos gustan los climas tan tan fríos…. ¡Tonterías! Con tiempo y paciencia, todo se puede conseguir. Al menos eso era lo que Pinky pensaba. Por eso, una mañana de principios de octubre decidió reunir todo su coraje y lanzarse al agua, iniciando su viaje con destino al Polo Norte. Sabía que sus padres se enfadarían cuando descubrieran que se había ido, pero cuando volviera  y les contara todas sus aventuras lo entenderían. Él vivía en una isla pequeñita de la Antártida, cerca del Polo Sur. El viaje sería muy largo, por lo que decidió ir haciendo paradas para que no se le hiciera tan pesado.

La primera parada fue en Australia. Nada más llegar a tierra se encontró con un animal de lo más extraño. Tenía pico, como un pájaro, pero no tenía plumas, sino pelo. Además, al acercarse comprobó que tenía a dos crías muy pequeñitas sorbiendo leche que manaba de su barriga. Había visto hacer algo parecido a las focas, pero nunca a ningún pájaro. Con cuidado, para no asustarla, se acercó hasta ella y la saludó:

-Buenos días, señora. Me llamo Pinky y soy un pingüino. ¿Es usted un  pájaro?

-No, claro que no- le corrigió el curioso animal-. Es un error muy habitual, pero en realidad soy un mamífero. Como puedes ver, mis bebés se alimentan de mi leche. Soy un ornitorrinco y me llamo Pitu, encantada.

-¡Qué curioso!-exclamó Pinky-. Allí de donde yo vengo no hay animales como usted.

-Pues aquí sí que hay pingüinos-le explicó Pitu-. Aunque no son como tú. Algunos son mucho más pequeños. De hecho, aquí vive el pingüino azul, que puede llegar a medir solo 40 centímetros. Si quieres te puedo presentar a alguno.

-No, no se preocupe- contestó Pinky después de pensárselo un poco. En realidad tengo prisa. Quiero llegar al Polo Norte antes de Navidad.

-Está bien-contestó la señora ornitorrinco-. ¡Buen viaje, Pinky!¡Me has caído genial!

El pequeño pingüino se despidió de su nueva amiga y volvió a lanzarse al agua, aunque no tardó en hacer una nueva parada en su viaje. Esta vez decidió dar una vuelta por las playas de Indonesia. Poco después de comenzar su paseo tuvo miedo, pues se encontró con un lagarto gigante, casi como un dragón. Al percatarse de su presencia, comenzó a caminar lentamente hacia él, con cara de pocos amigos. Pinky retrocedió asustado, pero no pudo evitar preguntarle:

-Hola, señor. Me llamo Pinky. Vivo en una isla de la Antártida, pero estoy haciendo un viaje al Polo Norte para conocer a Papá Noel. ¿Qué animal es usted?

Algo de lo que dijo Pinky debió parecerle gracioso, porque dejó de avanzar hacia él y comenzó a reír.

-¿Un pingüino viajando al Polo Norte? ¡Eso no me lo pierdo!- exclamó entre carcajadas-. Yo soy un dragón de Komodo y me llamo Berto.

-¿Dragón de Komo-qué?- preguntó el pingüino.

-Komodo. Es el nombre de esta isla en la que estamos. Me llaman así por ella. Aquí todos me temen, pues soy el lagarto más grande que existe y me encanta comer animales. Nunca he probado un pingüino. Pero, tranquilo, no te voy a hacer nada. Tengo curiosidad por saber si consigues llegar al Polo Norte.

Con una mezcla de miedo y agradecimiento, Pinky se limitó a sonreír con timidez y volver al agua, no fuese a arrepentirse de lo que había dicho. Varias paradas, muchos kilómetros y casi un mes después, Pinky comenzó a intuir que se estaba desviando un poco del camino. Durante sus últimos días de viaje hizo mucho viento y logró salvarse, pero la corriente lo había empujado lejos y no tenía ni idea de dónde se encontraba. Por eso, paró a hacer un descanso en una bonita isla, dispuesto a preguntar al primero que se encontrara. ¡Pero cuál fue su sorpresa al comprobar que el primer animal que se acercó a saludarle fue un pingüino!

-No, no me digas que he vuelto a casa, ¡no puede ser!- gritó angustiado.

El otro pingüino, que no entendía lo que pasaba, se acercó hasta él, dispuesto a calmarle.

-No creo que esta sea tu casa, porque no me suenas de nada. Me llamo Kiko y estamos en las islas Galápagos, justo sobre el ecuador terrestre.

-¿El ecuador?-preguntó Pinky- ¿Ya he recorrido medio camino?

Al ver que Kiko seguía sin entender nada, decidió contarle toda su historia. Cuando terminó, Kiko lo miró y sonrió.

-Los pingüinos de las islas Galápagos somos los que vivimos más al norte. De hecho, podemos llegar nadando al hemisferio norte, aunque nunca ninguno ha llegado hasta el Polo. ¿Seguro que no quieres quedarte a vivir aquí? Se está muy a gustito, hace calor y hay mucho pescado para comer. Además, hay muchas tortugas y son muy simpáticas.

-¡Muchas gracias por la invitación!-le contestó Pinky- Pero tengo que llegar al Polo Norte. Aunque acepto quedarme aquí un día para conocer a tus amigas las tortugas.

Kiko aceptó encantado y juntos pasaron un día muy divertido, pero al día siguiente a primera hora Pinky volvió al mar, contento por haber recorrido ya la mitad del camino. Se había desviado un poquito, pero no pasaba nada. Había salido con tiempo suficiente. Unas semanas después, el pequeño pingüino ya comenzaba a sentir cómo el agua se hacía cada vez más y más fría. Por eso no le sorprendió que su siguiente parada estuviese totalmente cubierta de nieve. ¿Sería ya el Polo Norte? Pronto lo sabría, pues nada más salir del agua vio un animal que se acercaba a él. Era muy grande y tenía dos cuernos inmensos. ¡Quizás fuese un reno de Papá Noel! Muy contento, corrió a preguntarle.

-Perdone, ¿es usted un reno?

-¿Un reno yo? ¡Qué va! Soy un alce y me llamo Milo. ¿Tú quién eres?

Pinky le contó toda su historia y le preguntó qué tendría que hacer para llegar hasta la casa de Papá Noel.

-Ahora mismo estamos en Canadá- contestó Milo-. Te faltan algo más de 5.500 kilómetros para llegar. Papá Noel vive en Laponia. Debes nadar hacia el este. ¡Apúrate, porque en unas semanas empieza la Navidad!

Pinky le dio las gracias y corrió al agua. Aunque tuvo que hacer varias paradas, se detuvo lo justo para coger fuerzas y comer un poco. Finalmente, cuando ya creía que no podía más, volvió a parar en un terreno cubierto de nieve, donde pronto se encontró con un animal similar a Milo, aunque menos corpulento y con los cuernos diferentes.

-Perdone, ¿es usted un reno?- le preguntó.

-Efectivamente- le contestó-. ¡Qué animal tan peculiar! ¿Tú qué eres?

-Soy un pingüino-le explicó Pinky súper contento-. Me llamo Pinky y estoy buscando a Papá Noel. ¿Sabes si estamos en Laponia?

-Sí, esto es Laponia, aunque yo no soy uno de los renos de Papá Noel. Si quieres puedo llevarte con él, aunque está ocupadísimo con los preparativos. Esta noche es Nochebuena.

-Sí, por favor. ¡Necesito llegar cuanto antes!

El reno le ofreció subir en su lomo para llegar más deprisa. Y, la verdad, con el cansancio que tenía, no pudo decir que no. Era un animal muy rápido. ¡Y eso que no volaba como Rudolph y los otros! Tan deprisa fueron que en menos de veinte minutos habían llegado a su destino.

-Aquí es-dijo el reno, mientras bajaba el cuello hasta el suelo para que Pinky pudiera bajarse de su lomo- Espero que tengas mucha suerte.

Pinky le dio las gracias y corrió a tocar a la puerta. Poco después escuchó al otro lado unos pesados pasos.  El pingüino contuvo la respiración, hasta que la puerta se abrió y detrás de ella apareció un hombre mayor, con barba y pelo blanco y una enorme sonrisa en la cara. ¡Era él!

-Anda, ¡un pingüino!- exclamó Papá Noel-. ¿Qué haces por aquí?

Pinky no se podía creer que supiese qué animal era él. Tartamudeando por los nervios se apresuró a contar toda su historia. Papá Noel le escuchaba en silencio, sin perder la sonrisa.

-Has sido muy valiente, Pinky- le dijo cuando terminó-. Y, dime, ¿qué regalo quieres?

-No quiero un regalo-contestó-. He conseguido demostrar que, con esfuerzo, todo se puede conseguir, aunque te digan que no. ¡Y encima te he conocido! Ya tengo todo lo que quería.

-Está bien-aceptó Papá Noel-. ¿Pero qué te parecería un paseo en trineo por todo el mundo? Antes de volver a casa te puedo dejar en tu isla. Así te ahorras el viaje de vuelta.

-¡Sería genial!-celebró Pinky.

Dicho y hecho. En unas horas habían recorrido todo el mundo, dejando regalos a millones de niños. ¡Fue una noche estupenda! Finalmente, como había prometido, Papá Noel dejó a Pinky en casa. Sus padres estaban muy preocupados, por lo que al verlo bajar del trineo corrieron a abrazarlo. Tardó un día completo en contarles las mil y una historias de todos los animales que se había cruzado en su camino. Pero ellos le escuchaban embobados. Aquel día, su familia aprendió dos cosas muy importantes: que nadie puede negarnos que luchemos por conseguir nuestros deseos y que, por muy lejos que vivamos y muy diferentes que seamos, todos podemos llevarnos bien y aprender los unos de los otros, como hizo Pinky con todos los animales que se encontró durante su viaje.

Después del cuento
De esta guisa he leído el cuento

Finalizada la historia les he hecho algunas preguntas sobre la historia a los niños y me he sorprendido gratamente al comprobar que se sabían hasta las más rebuscadas.

He ido muy bien acompañada, con el mismísimo Pinky, o al menos lo más parecido a Pinky que he podido encontrar en las tiendas del pueblo. La idea era regalárselo al niño que contestara más preguntas, pero se lo han sabido tan tan bien que finalmente he optado por sortearlo. Después de tantos meses para arriba y para abajo, espero que descanse y se lo pase súper bien en casa de la niña que lo ha ganado.

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