28/3/21

Reseña: Cómo acabar sigilosamente con la humanidad



Quienes me conocen saben que no suelo disfrutar con el humor negro. Por supuesto, pienso que nadie debería ser juzgado por un chiste, sea del tipo que sea, pero no puedo evitar sentir rechazo por aquellos que atacan a colectivos a los que considero vulnerables o por los que siento aprecio. Eso es así, soy totalmente consciente de mis sesgos, y reconozco que los chistes me molestan menos si el colectivo al que critican disfruta enfundándose camisa de estreno mientras se toma el aperitivo cara al Sol.

Pero vamos a la ciencia, que es de lo que hablo yo en este blog. Precisamente por ese rechazo mío al humor negro, cuando apareció en Twitter la cuenta de @CoronaVid19 tuve un momento de recelo. ¿En serio iba a hacer chistes sobre una enfermedad que ya había matado a cientos de personas en Asia? (sí, yo al principio pensé que no llegaría aquí, siento mucho no ser vidente). Sin embargo, me bastó un pequeño vistazo para comprobar que, en realidad, no era ese tipo de humor negro que yo tanto odiaba. Y, ojo, no digo que hubiese sido peor si hubiese sido así. Que algo me moleste a mí no significa que sea necesariamente malo. El caso es que, ya libre de prejuicios, comencé a disfrutar mucho, tanto de su cuenta como de las del resto de virus que comenzaron a aparecer de repente en esta red social. 


Con el tiempo, aquella pandemia lejana nos dio de lleno y los chistes se hicieron más locales. Comentaba sus vivencias desde el interior de Santiago Abascal y de Irene Montero. Tenía caña para todos, pero seguía sin molestarme. De hecho, para mí ya era una vía de escape dentro de toda la vorágine de incertidumbre, miedo y estrés en la que se había convertido la cuarentena. Por eso, cuando leí que el coronavirus de Twitter había escrito un libro supe que quería leerlo. Tenía muchísima curiosidad por saber si había conseguido llevar el formato de los tuits a la narrativa, sin perder su humor. Pero, sobre todo, como persona que se dedica a comunicar la ciencia, me interesaba comprobar si podría considerarse un libro divulgativo. No hago spoiler, sigue leyendo para saber qué opino.


De Twitter a tu estantería


Cuando leo un libro que pretendo reseñar, suelo hacer fotos con el móvil de los fragmentos que me gustan y me gustaría citar o tener en cuenta a la hora de comentarlo. Puede que no sea el mejor método, pero los post it se despegan, mi abuelo me enseñó que las esquinitas de las páginas no se doblan y lo de subrayar libros que no sean de texto me parece una pandemia de las que no te cuentan en el telediario.


El caso es que apenas llevaba 20 páginas de este libro cuando la galería de imágenes del móvil ya me iba a petar. Esta anécdota me parece la mejor forma de comenzar a explicar lo que me ha parecido el libro. Es todo un compendio de citas para recordar, en las que vale la pena detenerse un momento. No voy a enseñarlas todas por aquí, porque rozaría la piratería. Básicamente, os contaré que comienza dejando claro que la estupidez humana es la mayor de las epidemias y que somos precisamente nosotros los culpables de muchos de los males de este mundo. Duele leerlo, pero es una verdad como un templo. Puede que nosotros no tengamos culpa directamente de que este virus desconocido saltara de los murciélagos a los humanos, usando una especie de transición que todavía no tenemos clara un año después.


Pero sí somos culpables de que muchos países hayan llegado a esta situación rogándole a la ciencia, pero sin invertir en ella. También tenemos culpa del negacionismo, de los movimientos antivacunas o de que solo parezca importarnos aquello que nos toca de cerca. Mucho antes de ser pandemia, la COVID-19 solo nos importó cuando entró de lleno en occidente. Y esto no es algo nuevo. Muchas epidemias en África o Sudamérica pasan sin pena ni gloria mientras no vengan a perturbarnos al resto. Demasiado lejos para atraer nuestro interés. Creemos que por echar un par de euros en la hucha del Domund cuando se acercaron a pedirnos en el mercado ya tenemos limpia nuestra conciencia. Sin embargo, nos olvidamos de algo tan simple como interesarnos por lo que les ocurre. Ni siquiera hablo de donar dinero o ir a abrir pozos en África. Me refiero a algo tan simple como ser conscientes de sus problemas. Esto es algo en lo que he pensado mucho últimamente y quizás sea uno de los motivos por los que este libro me ha gustado tanto, porque su autor hace mucho hincapié con citas como esta:


“Por eso, [la malaria] vive principalmente en África, Asia y parte de América del sur. Allí hay el triple de gente pobre y todo es mucho más fácil para ella. En África pueden morir niños y no pasa nada, porque al otro lado del charco la gente tiene el estómago lleno y el último iPhone”. 


¿Y la ciencia qué?


Como decía antes, una de mis dudas era si este libro podría considerarse divulgación científica. Incluso antes de leerlo tenía claro que me reiría con él, pero no tanto que fuese a aprender. Y he de decir que sí que lo he hecho. Es cierto que muchos de los datos que menciona sobre la historia de las pandemias ya los conocía, pero otros muchos no. Obviamente, no es una disertación técnica sobre epidemiología, pero sí aporta muchos datos interesantes y bien documentados, que ayudan a comprender mejor cómo nacieron, crecieron, se reprodujeron y murieron las grandes epidemias de nuestra historia. Lo hace dotándolas de cierta personalidad, como en Twitter. Y así, sin darte cuenta, cuando acabas el libro resulta que has aprendido mucha ciencia.


Pero no solo has aprendido curiosidades sobre la malaria, la gripe española o la viruela (entre otras). También has aprendido sobre cómo comportarte ante esta pandemia que nos ocupa. Y es que, en realidad, desde que nació su cuenta de Twitter, el coronavirus ha hecho mucha más divulgación y concienciación que algunos científicos. Su humor negro no es un humor vacío. Cuando celebra que las personas hagan reuniones sin distancia está dejando claro que no deben realizarse. Cuando alaba a quienes se pasean con la nariz fuera de la mascarilla está explicando indirectamente cómo se usa. Y, por supuesto, su odio hacia las vacunas significa que son la única forma que tenemos de acabar con el virus real.


Me gustaría invitar a quienes critican las intenciones de este virus tuitero, argumentando una ofensa hacia las víctimas, a que señalen los tuits o las páginas del libro en las que se las ofende. Y también a que indaguen en busca de consejos para combatir la pandemia. Tendrán difícil encontrar algún ejemplo de lo primero y no les faltarán muestras de lo segundo. 


En definitiva, creo que este libro es una lectura muy recomendable para estos últimos (o no tan últimos) coletazos de pandemia. Una pandemia que se ha llevado muchas vidas antes de tiempo, ha cerrado negocios, ha arrasado con la salud mental de miles de personas, ha aplazado millones de abrazos y ha quitado la máscara a los egoístas. Pero lo que no nos ha quitado todavía ha sido la capacidad de reír. Aunque solo podamos reírnos de nuestras propias miserias. 


PD (no sé si se puede poner posdata en estas cosas, pero es mi blog y hago lo que quiero): En referencia a la foto de portada, si no te lavas las manos llevar guantes no sirve de nada, que os veo venir. Son los guantes de limpiar el baño, pero el postureo es el postureo, ¿qué os voy a contar?


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