Aunque los seres humanos nos creamos seamos la especie más
inteligente que pisa la faz de la Tierra, aún tenemos mucho que aprender de
otros animales, incluso de algunas plantas.
Por eso, los científicos a menudo ponen la vista en la naturaleza en
busca de ideas aplicables a un gran número de ramas de la ciencia. Buena
muestra de ello es el diseño de drones basados en el movimiento de algunos
animales voladores. Por ejemplo, en 2016 un equipo de investigadores de la
Universidad de Sheffield analizó la forma en que las abejas predicen cuándo se
encontrarán con un objeto para poder evitarlo. Casi a la vez, otros científicos, esta vez de la Universidad de Lund, observaron e imitaron la
técnica de vuelo del murciélago de orejas largas, con el fin de desarrollar
drones más eficientes en el vuelo a baja velocidad.
En ciencia de materiales también es muy habitual utilizar la
observación de la naturaleza en busca de nuevos inventos. Por ejemplo, la forma
hexagonal, característica de las escamas de los reptiles y los panales de abeja,
ha sido imitada frecuentemente para realizar superficies más fuertes y
estables.
¿Y qué hay del estudio de especies como la estrella de mar
para el desarrollo de nuevas técnicas en medicina regenerativa? Podrían
escribirse muchísimos más ejemplos, aunque yo hoy me voy a centrar sólo en los referentes
a la creación de nuevos fármacos anti bacterianos basados en sustancias
generadas por animales. Para los demás ya habrá otra ocasión.
Según los últimos estudios, si no se encuentra una solución
a tiempo para 2050 las superbacterias habrán desplazado al cáncer como
principal causa de muerte en los países desarrollados. Entre otras razones,
esto es consecuencia del mal uso que hacemos los seres humanos de los
antibióticos. Es cierto que estos fármacos son increíblemente buenos para tratar las infecciones
bacterianas, pero debemos entender que no se trata de la pastilla milagrosa que todo lo cura. De
hecho, tomar antibióticos para tratar un virus ejerce más o menos el mismo
efecto que ingerir Lacasitos, aunque los Lacasitos están más buenos y las
bacterias no se vuelven resistentes a ellos (que se sepa).
El caso es que la automedicación y el uso indiscriminado de
estos fármacos han llevado a que cada vez más bacterias desarrollen la
capacidad de sobrevivir a ellos, de modo que en un futuro lo que ahora es una infección muy fácil de tratar se podría convertir en una enfermedad mortal de necesidad. Afortunadamente, algunos animales podrían tener la clave para
solucionar este problema en fluidos corporales como su sangre, su saliva o
incluso su leche materna.
El demonio de Tasmania y la medicina oculta en su leche
El demonio de Tasmania no es solo un personaje entrañable de
los Looney Tunes. También es un marsupial de gran tamaño, típico de la isla de
Tasmania, en Australia.
Su fisiología es toda una joya en el campo de la biomedicina
por varias razones. Para empezar, en 2016 se descubrió que algunos de estos
animales habían evolucionado con la capacidad de evadir un raro tipo de tumor
facial que había afectado a su especie durante veinte años. Esto llamó la
atención de los científicos, que pronto descubrirían que esa no era la única
enfermedad que estaban dotados para vencer.
Y es que ese mismo año un equipo de investigadores de la Universidad de Sidney descubrió que la leche con la que las hembras amamantan a las crías contiene
varios tipos de péptidos con un gran potencial antimicrobiano. Esto les resulta
muy útil a la hora de proteger a sus pequeños de posibles infecciones mientras
se encuentran en desarrollo en la bolsa.
Lógicamente, ordeñar a una demonia de Tasmania no es fácil
ni cómodo, por lo que estos científicos procedieron a reproducir los péptidos
artificialmente en el laboratorio, para poder probar su efecto frente a
bacterias resistentes a antibióticos. El resultado fue un éxito, pues el
tratamiento dio buenos resultados con varios tipos de estos microbios,
incluyendo a Staphylococcus aureus multirresistente, la superbacteria por
excelencia.
Sangre de dragón de Komodo para vencer a las superbacterias
El dragón de Komodo es una especie de lagarto de 3 metros de
longitud y alrededor de 70 kilogramos de masa. Se trata de un reptil bastante
peculiar, no solo por sus grandes dimensiones o su apariencia de animal
fantástico de novela medieval, sino también por el “ecosistema” que vive en
su boca. Se calcula que en su saliva habitan más de 50 tipos de bacterias
distintas. Esto conlleva que pueda matar a sus víctimas de una infección. Sin
embargo, él vive tranquilamente con ellas, sin sufrir ninguna consecuencia. La
causa, según un estudio publicado el año pasado, son una serie de péptidos que,
en su caso, se encuentran en la sangre.
Con el fin de comprobar si esto tendría alguna aplicación en
medicina, un grupo de científicos de la Universidad George Mason reprodujo
artificialmente ocho de estos péptidos y comprobó cómo afectaban a la
supervivencia de un cultivo de dos de las superbacterias más peligrosas:
Staphylococcus aureus multirresistente y Pseudomonas aeruginosa. De los ochos
péptidos, siete consiguieron acabar con ambas y uno solo con P. aeruginosa. No
cabe duda de que este curioso dragón posee un arma que vale la pena explorar.
Un superantibiótico en la saliva del oso pardo de Siberia
Hace apenas unos meses un equipo de investigadores rusos
publicaba en PNAS un estudio cuyo fin inicial era la búsqueda de sustancias
naturales con poder bactericida entre las especies habitantes de la taiga
siberiana. Entre los animales que estudiaron se encontraba el oso pardo de
Siberia oriental, un animal típico de esa región, con un tamaño algo menor que
el de otros osos pardos.
En busca de alguna sustancia que pudiesen aprovechar,
tomaron muestras de la saliva de varios ejemplares y procedieron a analizarlas
en el laboratorio. Así, descubrieron que en ella proliferaba una bacteria que
frecuentemente se encuentra en el suelo. Este microorganismo no genera ninguna
infección a los osos, pero la cosa no se queda ahí, ya que también secreta una
sustancia con un gran efecto antibiótico: la amicoumacina A. Al analizar sus efectos, comprobaron que, como los péptidos
anteriores, este compuesto era muy eficaz frente a superbacterias como S.
aureus; aunque, como en el resto de casos, aún debe estudiarse más a fondo.
El curioso superpoder de la leche de ornitorrinco
El ornitorrinco es un bicho raro, lo mires por donde lo
mires. Es un mamífero, pero pone huevos. Tiene pico, pero no es un pájaro. Tiene
cola de castor, ¡pero patas de nutria! Y vive en Australia y la isla de
Tasmania. ¿Bichos raros en Oceanía? ¡Qué va!
Pues bien, el caso es que, por si no fuera ya
suficientemente curioso, ahora resulta que su leche contiene sustancias
bactericidas que podrían servir para el desarrollo de nuevos antibióticos. La razón de que la leche contenga estas sustancias es otra
de las muchas rarezas del animalito, ya que las hembras no tienen pezones, por
lo que amamantan a sus crías a través de unos surcos situados encima de su
abdomen. En estos agujeritos se forman unas balsas de leche por las que
succionan los bebés ornitorrinco. Pero hay un problema, ya que de este modo la
leche está muy expuesta al exterior, por lo que podría contaminarse fácilmente.
Por eso, contiene una proteína que evita que proliferen bacterias en ella.
Todo esto fue descubierto recientemente por un equipo de
científicos del Commonwealth Scientific
and Industrial Research Organisation (CSIRO), cuyos resultados fueron
publicados en Structural Biology Communications. En el estudio describen
también cómo procedieron a fabricar artificialmente la proteína, con la que
consiguieron unos resultados iniciales muy esperanzadores.
Aunque todavía queda mucho que investigar al respecto,
parece claro que el mundo está lleno de especies animales que podrían ayudar a
salvar la vida de millones de personas en un futuro. Aún pueden quedar muchos
más ejemplos como estos ahí fuera, a la espera de ser descubiertos. Pero lo más
triste es que puede que muchas ya se hayan extinto, sin que nadie llegue a
descubrir las medicinas que ocultaban en su interior. Es algo interesante en lo
que meditar.
La verdad es que es muy interesante ver como los animales tienen tantas cosas que podríamos aprovechar para la ciencia.
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